Pasos Perdidos
Treinta gramos de oro
Páginas: 124
Año 2017
ISBN: 978-84-946593-2-4
PVP: 12,90 €
Formato: Rústica con solapas

Treinta gramos de oro

Manuel Arranz

Treinta gramos de oro reúne una serie de relatos breves, inclasificables y poco serios en los que se entrecruzan esbozos, apuntes y reflexiones tratados con ironía. La prosa de Manuel Arranz tiene la vivacidad y precisión de los dibujos tomados del natural.
 
El lector encontrará en estos relatos sarcasmo, frustraciones, vanidades, flagrantes incongruencias, complejos, insensateces, confesiones… pero también un poco de literatura y de filosofía de andar por casa, que es de la que más necesitados estamos. ¿Absurdos? Seguramente. Pero cuando se habla de los sentimientos y las emociones del hombre, de sus debilidades y contradicciones, no hay nada más absurdo que un razonamiento lógico.
 
Hasta los catorce años no vi el mar. Una mujer desnuda, mucho más tarde. No, no me pasaba nada, sencillamente eran otros tiempos y yo era un niño del interior. En cuanto al mar, mucho antes de verlo, lo había oído en una caracola enorme que adornaba la biblioteca del despacho de mi padre. Les aseguro que se oye. No es el mar de las playas, ni las olas cuando rompen en las rocas, por eso algunas personas se confunden y dicen que no es el ruido del mar. Lo que se oye son las profundidades del mar.
 

Manuel Arranz
Manuel Arranz

Manuel Arranz (Madrid 1950), licenciado en filología, es ensayista, traductor, crítico literario y novelista. Ha traducido obras de Bataille, Blanchot, Bloy, Bove, Compagnon, Constant, Derrida, Didi-Huberman, Jankélévitch, Maupassant, o Rousseau. Colabora en revistas culturales (Archipiélago, Claves de Razón Práctica, Letras Libres, Revista de Occidente, Turia) y en suplementos literarios. Es autor de una extensa obra: Con las palabras (Pre-Textos, 1992); Voy a hablaros de vosotros (Huerga y Fierro, 2003); Ya no hablamos de lo mismo. Divagaciones sobre el vuelo de los búhos y el arte de tocar la flauta (Pre-Textos, 2005); Esto no puede acabar así (Huerga y Fierro, 2006); y Pornografía (Periférica, 2013). 


Notas de prensa
Diario de Levante - 28/10/2017
Arranz y lo breve
Por Carlos Marzal

El universo de lo breve goza de muy buena salud. Nunca ha habido tantos escritores de aforismos, de fragmentos, de microrrelatos; tantas colecciones editoriales dedicadas a los microrrelatos, a los fragmentos, a los aforismos. Los Cien Mil hijos del Haiku están enfrentados entre sí: los puristas contra los heterodoxos, los orientalistas contra los cultivadores occidentalizantes. Hay escuelas que se citan en público para dirimir a palos sus diferencias de concepto.

Las algarabías de este género resultan beneficiosas para la literatura. Siempre he pensado que de la cantidad es más probable que surja la calidad: la tradición no es otra cosa que una «cantidad de calidades», por decirlo de una manera extraña.

El nuevo libro de relatos de Manuel Arranz, novelista, traductor, ensayista, espléndido crítico en este mismo suplemento de Posdata, cae de lleno en este inacabable ámbito de lo breve. Treinta gramos de oro (editorial Pasos Perdidos) es un conjunto de cuentos cortos –a veces cortísimos– que cumple de sobra con todos los requisitos de la mejor literatura narrativa: resultar entretenidos, despertar el vuelo de la inteligencia, concedernos una visión acerca de la realidad y de los hombres que en ella habitan.

La tradición a la que se adscribe Manuel Arranz es, desde la cita de William Gerhardier que sirve de pórtico («Es un consuelo, dijo, pensar que hay otras personas en el mundo tan inútiles como nosotros»), la del humor, la de la sátira, a veces con su punto de blancura y a veces –las más–, con abundancia de sarcasmo.

Sus brevedades constituyen a menudo apólogos acerca de la mezquindad humana, encarnada en la figura de algún escritor, o sobre la indiferencia que suscita en el mundo la figura del artista. Hay en Arranz una delicada intención moral que retrata los vicios y virtudes de los hombres mediante anécdotas mínimas, y de todos esos dibujos extraemos una impresión poco favorecedora de los individuos que representan al género humano.

Sus criaturas se someten con frecuencia a las leyes del absurdo y quedan atrapadas en él, sin saber cómo eludirlo, pero sin que les importe demasiado su propia situación sentimental. La finura demoledora con que suceden los acontecimientos narrados hace que pensemos en una suerte de nihilismo amable del destino.

Arranz se muestra en sus cuentos especialmente despiadado con ciertos rasgos de la modernidad artística: con la palabrería filosófica y con la confusión intelectual que convierte el oscurantismo en un sistema; con la pedantería verbal a la que se someten muchos escritores; con los malentendidos de la fama y del prestigio. El culturalismo de sus relatos (aparecen como personajes Cioran, Heidegger, Kant, Umberto Saba, Nabokov, Truman Capote) sirve para demoler bastantes de las deidades a las que la soberbia intelectual ha ayudado a rendir culto.

Todos los títulos de los libros poseen cualidades emblemáticas, porque quieren resumir el sentido final de la escritura que contienen; pero los treinta gramos de oro del relato que da nombre al conjunto simbolizan además buena parte del espíritu de nuestra época. Una época en la que se vendían las latas de treinta gramos de mierda del artista conceptual Piero Manzoni con la misma cotización que el oro.

Alma en las palabras - 26/09/2017
Entrevista capotiana a Manuel Arranz
Por Toni Montesinos
En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Manuel Arranz.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Un lugar alejado y atrasado, preferentemente a la orilla del mar. O, en su defecto, Roma. Conozco poco mundo. Me hubiera gustado vivir en Pompeya, antes de la erupción del Vesubio claro.
¿Prefiere los animales a la gente?
La gente, por supuesto. Pero me gustan los animales.
¿Es usted cruel?
De vez en cuando, pero sólo conmigo mismo, jamás con los otros. Aunque desgraciadamente he hecho daño a algunas personas a las que quería.
¿Tiene muchos amigos?
No, muy pocos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Confianza, sentido del humor, inteligencia (en menor grado), bondad…
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
De vez en cuando. Pero yo también debo de ser decepcionante.
¿Es usted una persona sincera?
Casi siempre. Cuando escribo, siempre. 
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo novelas, nunca leemos suficientes novelas. También escuchando música.
¿Qué le da más miedo?
La soledad.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La injusticia, la violencia, la crueldad, la estupidez…
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No lo sé. La vocación no se elige. Escribo, pero no me considero escritor.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Andar, pero no ando lo suficiente.
¿Sabe cocinar?
Por supuesto. Mi ensaladilla rusa es única.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A una mujer. Por ejemplo a Simone Weil. O a Hannah Arendt.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Esperanza, justicia, compasión, bondad…
¿Y la más peligrosa?
Amor, sin ninguna duda.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Jamás.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
De izquierdas, pero con matices. Hoy en día es difícil ser algo sin matices. Incluso en la verdad hay matices.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Pianista. Seguramente también pintor.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La lectura, la filosofía, Bach… Ah, lo olvidaba, también las mujeres.
¿Y sus virtudes?
El silencio, el arrepentimiento, el perdón (incluso a mí mismo), y, en los momentos difíciles, el humor. También la ironía.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
¿Por qué no habré aprendido a nadar mejor?

 
Pasos Perdidos 2011
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